“De los hombres que echaron los cimientos del actual dominio de
la burguesía podrá decirse lo que se quiera, pero, en ningún modo, que
pecasen de limitación burguesa. Por el contrario: todos ellos se
hallaban dominados, en mayor o menor medida, por el espíritu de
aventuras inherente a la época. Entonces casi no había ni un solo gran
hombre que no hubiera realizado lejanos viajes, no hablara cuatro o
cinco idiomas y no brillase en varios dominios de la ciencia y de la
técnica. Leonardo de Vinci no sólo fue un gran pintor, sino un eximio
matemático, mecánico e ingeniero, al que debemos importantes
descubrimientos en las más distintas ramas de la física. Alberto Durero
fue pintor, grabador, escultor, arquitecto y, además, ideó un sistema de
fortificación que encerraba pensamientos desarrollados mucho después
por Montalembert y la moderna ciencia alemana de la fortificación.
Maquiavelo fue hombre de Estado, historiador, poeta y, por añadidura, el
pr
imer escritor militar digno de mención de los tiempos modernos.
Lutero no sólo limpió los establos de Augías de la Iglesia, sino también
los del idioma alemán, fue el padre de la prosa alemana contemporánea y
compuso la letra y la música del himno triunfal que llegó a ser “La
Marsellesa” del siglo XVI. Los héroes de aquellos tiempos aún no eran
esclavos de la división del trabajo, cuya influencia comunica a la
actividad de los hombres, como podemos observarlo en muchos de sus
sucesores, un carácter limitado y unilateral. Lo que más caracterizaba a
dichos héroes era que casi todos ellos vivían plenamente los intereses
de su tiempo, participaban de manera activa en la lucha práctica, se
sumaban a un partido u otro y luchaban, unos con la palabra y la pluma,
otros con la espada y otros con ambas cosas a la vez. De aquí la
plenitud y la fuerza de carácter que les daba tanta entereza. Los sabios
de gabinete eran en el entonces una excepción; eran hombres de segunda o
tercera fila o prudentes filisteos que no deseaban pillarse los dedos”
Introducción a “La Dialéctica de la Naturaleza”, F. Engels.
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